¿CUÁL ES EL PROBLEMA?
Gabriel Zanotti
(Agosto de 2007)
Otra vez, casi un escándalo, como con la Dominus iesus
. No, no es sólo el conjunto de malentendidos de los medios de comunicación; también son los comentarios por lo bajo dentro de la misma Iglesia Católica. Ante el documento “Respuestas a cuestiones relativas a algunos aspectos de la doctrina sobre la Iglesia”[1], parece que hemos vuelto al pasado, que hemos renunciado al ecumenismo, que es un paso atrás respecto del Vaticano II, etc.La clave de la cuestión es que el documento afirma, de modo muy matizado, y en medio de sutiles aclaraciones teológicas que, por supuesto, deben ser leídas con atención, que la plenitud de los medios de salvación está en la Iglesia Católica Apostólica Romana. No de este modo poco diplomático de nuestro estilo, pero lo afirma. ¡Oh escándalo! Aparentemente ello sería incompatible con la libertad religiosa, el ecumenismo, y con la cuestión de la salvación fuera de la Iglesia Católica.
Como siempre digo, dejaré a mis primos teólogos seguir con sus eternos debates –ya lo estoy haciendo con mis colegas filósofos, por otra parte- y trataré, sencillamente, lo que me compete como laico, como filósofo creyente y como defensor, al mismo tiempo, como opción temporal opinable, de un liberalismo clásico entendido como limitación al poder político (lo cual está en línea directa con los objetivos del Instituto Acton).
Precisamente, al tratar este último tema, siempre he dicho que la defensa de la libertad religiosa nada tiene que ver con el indiferentismo religioso, lo cual es a su vez clave para entender la continuidad evolutiva entre documentos tan aparentemente contradictorios como la Mirari vos, Quanta cura, Libertas y, por el otro lado, la declaración de libertad religiosa del Concilio Vaticano II. Lo hemos explicado en “Liberalismo y religión Católica Apostólica Romana”, en “Reflexiones sobre la encíclica Libertas”, y recientemente hemos vuelto a tratar el tema en “La interpretación correcta del Concilio Vaticano II” (todo este material está on line en esta misma página web).
Por lo tanto, dada esa línea de análisis, los apasionados debates y controversias que siguieron a documentos como Dominus Iesus y el que ahora comentamos nos dejan en cierto modo asombrados. Partamos de lo siguiente: ¿cuál es la razón para ser Católico? Razones para la fe: creo que es una de las claves para entender, programáticamente, todo el pontificado de Benedicto XVI. ¿Da lo mismo ser católico que profesar cualquier otra religión a efectos de la salvación? ¿Entonces para qué ser católico? ¿Entonces por qué ser católico?
Que la armonía razón/fe conduzca a la certeza de que en la Iglesia Católica encontramos la plenitud de los medios de salvación, no es obstáculo alguno para la libertad religiosa, el ecumenismo y la salvación personal “fuera” de la Iglesia Católica. La libertad religiosa nunca se basó en que da lo mismo una religión que otra. Ese es precisamente el indiferentismo religioso que para pontífices como Gregorio XVI, Pío IX y León XIII era lo esencial del liberalismo. La libertad religiosa se basa en la obligación de no imponer la fe por la fuerza del estado –lo cual se basa a su vez en el respeto a la conciencia del otro, aunque no sea conciencia recta- lo cual implica el derecho, a su vez., de la persona, de reclamar esa inmunidad de coacción toda vez que ella sea violada. Para ello no se necesita dudar ni por un momento de la verdad de la propia fe. El diálogo, por otra parte (y ya lo hemos dicho en estas mismas páginas, cuando comentamos el discurso de Papa en Ratisbona) no implica escepticismo, sino intersección de horizontes, comprensión del otro, para lo cual no hay que necesariamente “estar de acuerdo en todo” con el otro, sino comprender sus razones, respetarlas y encontrar allí un punto en común para seguir adelante con una actitud de escucha que nace de la misericordia. Y mucho, mucho antes del Vaticano II, siempre se había afirmado en la Iglesia que hay medios extra-ordinarios para la recepción de la gracia, que el Espíritu sopla donde quiere y cuando quiere, y que por ende, hay incontables almas santas que fuera de la Iglesia visible, pero presentes en ella dentro de lo invisible de los misterios de Dios –Maritain trató este tema maravillosamente[2]- obtienen su salvación, y seguramente más que un católico que ha caído en la soberbia y la tibieza. Y que todos los que buscan honestamente la verdad, y que con una conciencia inculpable permanecen “fuera” de la Iglesia visible, están en camino de su salvación, porque están en la Iglesia, ya que hubieran estado visiblemente en ella si hubieran visto en ella la verdad que aman. Ello se llama votum Ecclesiae y les aseguro a todos los lectores que es una cuestión mucho más vieja que lo que suponemos….. Por otra parte, la certeza sobre la verdad de la propia fe no sólo “no es obstáculo” para la libertad religiosa y el diálogo, sino que es su razón más profunda. Sólo puede verdaderamente respetar la libertad e intimidad del otro quien esté convencido de que su conciencia no se invade, independientemente del contenido de lo afirmado por la conciencia del otro. Esto me parece elemental pero sin embargo parece olvidado en muchos debates políticos y religiosos contemporáneos. Me parece que creyentes y no creyentes no comprenden en general el significado de la libertad religiosa y, por lo tanto, el significado de las libertades individuales en general. ¿Cuál es el motivo de la libertad religiosa? ¿Que todas las religiones son igualmente verdaderas? ¿O que en última instancia no importan en absoluto para lo social y lo político? Si es así, no nos extrañemos para nada de que muchos, sean creyentes o no, incurran en autoritarismos y estatismos allí donde están convencidos de la verdad y de su relevancia social. Es así que tenemos un mundo occidental con libertad religiosa pero con física obligatoria, con contenidos educativos y médicos obligatoriamente impuestos desde el estado mientras que, claro, las religiones son libres. Ello conduce al católico a un indiferentismo práctico respecto de su propia fe y, a casi todos, a la profunda incomprensión de qué significa en última instancia la libertad política y la defensa de las libertades individuales.Termino este comentario con una mala noticia para algunos: todo lo que Benedicto XVI está ahora diciendo y “haciendo” ya fue dicho por él hace muchos años, sobre todo en el libro Informe sobre la fe[3], donde sencillamente dice que él no ha retrocedido un milímetro del Vaticano II, sino que son otros los que han “avanzado”, agrego yo, Dios sabe dónde, produciendo ello la injusta impresión de que él y Juan Pablo II se habían “atrasado”. Pues no es así, Joseph Ratzinger siguió en la misma velocidad, mientras que otros pusieron quinta y lo pasaron, si, el asunto es…. Hacia dónde. Pero claro, ese libro era de 1985, y si bien Ratzinger ya tenía la pesada carga de ser el Prefecto de la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe, era su opinión privada y punto. Pero ahora Benedicto XVI es el Sumo Pontifice, y no va a imponer su opinión como teólogo privado, sino que va a hacer lo que un Pontífice debe hacer: confirmar en la fe a sus hermanos.¿Y por qué ello molesta tanto? ¿No habremos perdido la fe?